jueves, 5 de noviembre de 2009

Mudos

No se cuentan todavía con una mano, pero son pocas las asignaturas que me quedan... la cuenta atrás para terminar esta "santa" carrera ya está más que empezada.

Aunque el cuento de la lechera no tenga de momento segunda parte, el curso sigue su ritmo y parece que las asignaturas que me quedan (y voy a clase, que no es lo mismo) versan sobre lo mismo y nos enfilan hacia el futuro laboral, tratándonos más como ingenieros que como estudiantes... aunque agobia, se agradece... a partes iguales...

Y en una de las clases nos sorprendían con un relato de Eduardo Galeano, sobre el uso y abuso de los bosques, de la no tan buena imagen que tenemos/tendremos los ingenieros de montes como gestores del monte... ahí os lo dejo...

Mudos

Muchos son los anillos que su cumpleaños les han dibujado en el tronco.

Estos árboles, estos gigantes añosos, llevan siglos clavados en lo hondo de la tierra, y no pueden huir. Indefensos ante las sierras eléctricas, crujen y caen. En cada derrumbamiento se viene abajo el mundo; y el pajarerío se queda sin casa.

Mueren asesinados los viejos incómodos. En su lugar, crecen los jóvenes rentables. Los bosques nativos abren paso a los bosques artificiales. El orden, el orden militar, orden industrial, triunfa sobre el caos natural. Parecen soldados en fila los pinos y los eucaliptos de exportación, que marchan rumbo al mercado internacional.

Fast food, fast wood: los bosques artificiales crecen en un ratito y se venden en un santiamén. Fuentes de divisas, ejemplos de desarrollo, símbolos del progreso, estos criaderos de madera resecan la tierra y arruinan los suelos.

En ellos no cantan los pájaros.

La gente los llama bosques del silencio.

Crítica comprensible si pensamos en la situación de los bosques en sudamérica, sobreexplotados y mal gestionados, primando el capital frente a la sostenibilidad.

En España la opinión es similar, aunque injustificada: no tiene sentido pensar que actúar sobre el monte es una aberración cuando los bosques que tenemos actualmente han sido objeto de aprovechamientos a lo largo de siglos. Hay que tender a la naturalidad y sostenibilidad, evitando las burradas, pero de poco serviría dejar, a estas alturas, que el monte se gestionase a sí mismo.

Siempre quedará la certificación forestal, aunque ese acabe siendo otro negocio...